¿Dos Versiones, Dos Mesías? El Rol Decisivo de la Septuaginta (LXX) en los Orígenes Cristianos
Estimada comunidad de 'Ciencia Bíblica', ¿se han preguntado alguna vez qué textos (Escrituras) leían exactamente Jesús, Pablo y los primeros seguidores del movimiento? Solemos asumir que era simplemente el "Antiguo Testamento" tal como lo conocemos hoy en hebreo. Sin embargo, la realidad histórica, desvelada por la investigación histórico-crítica, es mucho más compleja y sorprendente. Gran parte del Nuevo Testamento no cita las Escrituras directamente del hebreo, sino de su antigua traducción griega: la Septuaginta (LXX). Y aquí radica un punto crucial, a menudo poco conocido: esta versión griega, en ocasiones, ¡difiere significativamente del texto hebreo! ¿Podría ser que la existencia de estas "dos Biblias" –la hebrea y la griega– haya jugado un rol decisivo en la forma en que Jesús fue entendido como Mesías y, quizás, incluso en la separación entre Judaísmo y Cristianismo?
Este artículo se sumerge en ese fascinante "secreto" histórico y textual. Exploraremos el origen y naturaleza de la Septuaginta, esa 'traducción' griega creada por y para judíos en el mundo helenístico. Analizaremos algunas de las diferencias más impactantes entre la LXX y el Texto Hebreo Masorético, viendo cómo ciertas traducciones o variantes griegas abrían puertas a interpretaciones mesiánicas impensables desde el hebreo original (como el famoso caso de Isaías 7:14). Investigaremos por qué los autores del Nuevo Testamento, inmersos en el mundo grecorromano, recurrieron tan masivamente a esta versión griega. Examinaremos cómo esta dependencia textual influyó en la teología cristiana primitiva y por qué las corrientes judías principales, aferradas al texto hebreo, llegaron a conclusiones diferentes sobre Jesús. Finalmente, nos preguntaremos: ¿habría sido posible el desarrollo del cristianismo tal como lo conocemos sin el 'fundamento' textual de la Septuaginta?
Como siempre en 'Ciencia Bíblica', nuestro enfoque será rigurosamente académico, histórico y no confesional. Usaremos las herramientas de la crítica textual y literaria para desentrañar este complejo proceso, citando fuentes y especialistas. Les invito a acompañarme en este viaje para comprender cómo una traducción antigua no solo transmitió un texto, sino que ayudó a moldear la fe y la historia de dos religiones mundiales.
Índice del Artículo
¿Una 'Biblia' Griega para Judíos? Descubriendo la Septuaginta (LXX)
Para entender cómo una versión griega de las Escrituras Hebreas pudo tener un impacto tan decisivo, primero debemos responder a una pregunta fundamental: ¿Qué es exactamente la Septuaginta? A menudo designada con el número romano LXX (setenta), su historia está envuelta en leyenda, pero su realidad histórica es crucial. La tradición más famosa, narrada en la Carta de Aristeas (un escrito judeo-helenístico probablemente del s. II a.C.), cuenta que 70 o 72 sabios judíos fueron enviados desde Jerusalén a Alejandría, Egipto, bajo el patrocinio del rey Ptolomeo II Filadelfo (s. III a.C.), para traducir la Torá (תּוֹרָה, los primeros cinco libros de Moisés) al griego para la gran biblioteca alejandrina y para la numerosa comunidad judía local que ya no dominaba el hebreo. La leyenda añade que trabajaron por separado y milagrosamente produjeron traducciones idénticas, confirmando su inspiración divina. Si desea conocer más detalles sobre la Septuaginta, su compleja historia y formación, puede leer
Ahora bien, la investigación histórico-crítica moderna, aunque reconoce un núcleo de verdad en la leyenda (el origen alejandrino, la datación temprana para la Torá en el s. III a.C., y el propósito de servir a la diáspora judía de habla griega), ofrece una imagen más compleja. Como explican eruditos como Martin Hengel o Sidney Jellicoe, la LXX no fue una traducción única y homogénea realizada en un solo momento. Más bien, fue un proceso gradual:
- Comenzó con la Torá en el siglo III a.C. en Alejandría, probablemente por necesidades litúrgicas y educativas de la propia comunidad judía.
- Durante los siglos siguientes (II y I a.C.), se tradujeron progresivamente los demás libros (Profetas y Escritos) por diferentes traductores, en distintos lugares y con estilos y técnicas de traducción muy variados. Algunos son extremadamente literales al hebreo, otros mucho más libres o interpretativos.
- Crucialmente, estos traductores no siempre trabajaron sobre un texto hebreo idéntico al que más tarde se estandarizaría como el Texto Masorético (TM). A veces, su texto hebreo base (su Vorlage, como se dice técnicamente) era diferente, representando otras tradiciones textuales hebreas antiguas que circulaban en la época. Esto explica muchas de las diferencias significativas que encontraremos entre la LXX y el TM.
A pesar de esta diversidad interna, la Septuaginta como colección se convirtió en "la Escritura" por excelencia para la inmensa mayoría de los judíos de la Diáspora en el mundo mediterráneo helenizado. Su importancia antes del surgimiento del cristianismo es innegable. Figuras cumbre del judaísmo helenístico como Filón de Alejandría (contemporáneo de Jesús) la usaban extensivamente y la consideraban divinamente inspirada. Y un dato arqueológico fundamental: se han encontrado fragmentos de manuscritos de la Septuaginta entre los Rollos del Mar Muerto, en Qumrán (como el 4QpapLXXLev, un papiro con fragmentos de Levítico en griego datado en el s. II o I a.C.).
En resumen: La Septuaginta no era una simple "traducción". Era una colección heterogénea de traducciones griegas de las Escrituras Hebreas, realizada por judíos para judíos a lo largo de varios siglos, basada a veces en textos hebreos distintos del TM, y que alcanzó un estatus cuasi-canónico y una enorme difusión en el judaísmo de habla griega mucho antes de que los autores del Nuevo Testamento comenzaran a escribir. Entender esto es el primer paso para comprender su rol decisivo en la formación de la teología cristiana. (La compleja historia de qué libros se incluían exactamente y cómo esto influyó en la posterior formación de los cánones judío y cristiano es un tema que amerita su propio análisis, como el que ofrecemos en nuestro artículo sobre
¿Errores de Traducción o Revelaciones Ocultas? Diferencias 'Fatales' entre LXX y Texto Hebreo
Hemos establecido que la Septuaginta (LXX) fue la versión de las Escrituras Hebreas más usada por los autores del Nuevo Testamento. Pero aquí surge una cuestión fundamental que debemos abordar con sumo rigor: la LXX no es una simple fotocopia en griego del texto hebreo que se estandarizó siglos más tarde y que conocemos como Texto Masorético (TM). Existen diferencias significativas entre ambas versiones, y estas diferencias no son meras anécdotas filológicas; tuvieron consecuencias teológicas enormes, especialmente para la forma en que los primeros seguidores de Jesús interpretaron a su maestro como el Mesías profetizado.
¿A qué se deben estas diferencias? Los académicos señalan varias causas que a menudo se entrelazan:
- Diferente Texto Hebreo Base (Vorlage): Hoy sabemos, gracias en parte a los descubrimientos de Qumrán, que en el período del Segundo Templo circulaban diversas versiones del texto hebreo de algunos libros bíblicos. Es muy probable que los traductores de la LXX, en Alejandría u otros lugares, trabajaran a veces con manuscritos hebreos más antiguos o de una tradición textual diferente a la que finalmente prevaleció y fue preservada por los masoretas siglos después. Es decir, ¡a veces la LXX podría reflejar un hebreo más antiguo que el TM!
- Técnicas de Traducción Variadas: Como vimos, la LXX no fue obra de un solo traductor ni de un solo momento. Algunos libros (como la Torá) muestran una traducción bastante literal, mientras que otros (como Isaías o Proverbios) son mucho más libres, interpretativos o parafrásticos. Los traductores a veces buscaban aclarar el sentido, adaptar conceptos a la mentalidad helenística o incluso resolver aparentes problemas del texto hebreo que tenían delante.
- ¿Tendencias Teológicas de los Traductores?: Este es un punto debatido, pero algunos especialistas sugieren que los propios traductores judíos de la LXX pudieron, consciente o inconscientemente, introducir matices interpretativos en su traducción griega, reflejando las corrientes teológicas o las expectativas mesiánicas presentes en el judaísmo helenístico de su época.
Sea cual sea la causa en cada caso, el resultado es que la LXX ofrecía a sus lectores un texto con potencialidades interpretativas distintas a las del TM. Veamos algunos ejemplos "fatales" (en el sentido de decisivos) que fueron cruciales para el cristianismo temprano:
El Caso Paradigmático: Isaías 7:14 y la 'Virgen' Quizás no haya ejemplo más famoso ni con mayores repercusiones. Cuando el Evangelio de Mateo quiere probar que el nacimiento de Jesús de María cumple una profecía, cita Isaías 7:14 (en Mateo 1:23). El Texto Masorético hebreo dice: "Hinne ha-‘almâ (הָעַלְמָה) harah weyōleḏeṯ ben..." que significa "He aquí que la joven mujer / doncella está encinta y dará a luz un hijo...". La palabra clave es ‘almâ (עַלְמָה), que en hebreo se refiere a una mujer joven en edad de casarse, cuya virginidad se presupone socialmente pero la palabra en sí no significa necesariamente 'virgen' en sentido biológico (para eso el hebreo suele usar betûlâ - בְּתוּלָה). Sin embargo, ¿Qué hicieron los traductores de la Septuaginta siglos antes? Tradujeron ‘almâ por la palabra griega παρθένος (parthenos - ἡ παρθένος), que sí significa específicamente "virgen". Así, la versión que leyó el autor de Mateo decía: "Idou hē parthenos en gastri hexei kai texetai huion..." ("He aquí que la virgen concebirá en su vientre y dará a luz un hijo...").
El "panorama" es claro: la afirmación de Mateo 1:23 como cumplimiento profético del nacimiento virginal depende crucial y casi exclusivamente de la traducción específica de la Septuaginta. Basándose solo en el Texto Masorético hebreo, esa conexión sería mucho más difícil, si no imposible, de establecer con la misma fuerza. Esto no significa que los traductores de la LXX tuvieran una premonición cristiana (¡tradujeron siglos antes!), sino que su elección léxica (por razones que se debaten: ¿tal vez su Vorlage hebrea era distinta? ¿O interpretaron ‘almâ como virgen en ese contexto?) creó una posibilidad interpretativa que fue fundamental para la teología de Mateo. Autores como John Nolland en su comentario a Mateo analizan extensamente esta dependencia.
Otros Ejemplos Impactantes:
- Salmo 22:16 [TM 22:17]: ¿'Como un león' o 'Perforaron'? En uno de los salmos más citados en el Nuevo Testamento en relación a la pasión de Jesús, el Texto Masorético hebreo presenta una lectura difícil: "kî səḇāḇûnî kəlāḇîm... ka’ărî (כָּאֲרִי) yāḏay wəraglāy" ("Porque perros me han rodeado... como un león mis manos y mis pies"). ¿Qué significa "como un león mis manos y mis pies"? Es muy oscuro. Sin embargo, la Septuaginta (y otras versiones antiguas como la Vulgata latina con foderunt) traduce aquí ὤρυξαν (ōryxan), del verbo ὀρύσσω (oryssō), que significa "excavaron" o "perforaron": "ōryxan cheiras mou kai podas mou" ("perforaron mis manos y mis pies"). Obviamente, esta lectura de la LXX encajaba perfectamente con la imagen de la crucifixión y fue adoptada universalmente por los cristianos como una profecía directa. De nuevo, una diferencia textual con enormes consecuencias teológicas.
- Deuteronomio 32:43 y Hebreos 1:6: ¿Adoran los Ángeles a Jesús? La versión de la Septuaginta de Deuteronomio 32:43 es significativamente más larga que la del Texto Masorético e incluye una frase como "kai proskynēsatōsan autōi pantes angeloi theou" ("y adórenle todos los ángeles de Dios"). Esta línea no existe en el texto hebreo estándar. Sin embargo, el autor de la Carta a los Hebreos (1:6), queriendo probar la superioridad de Jesús sobre los ángeles, cita precisamente esta frase exclusiva de la Septuaginta como si fuera Escritura autoritativa. Es un ejemplo clarísimo de dependencia directa de la LXX para construir un argumento cristológico fundamental. Como señala Martin Hengel en The Septuagint as Christian Scripture, este tipo de uso fue constante.
Estos ejemplos demuestran que las diferencias entre la Septuaginta y el Texto Masorético no eran triviales. La LXX no era solo una traducción, sino una versión textual con su propia autoridad e interpretaciones implícitas que ofrecía un "arsenal" de pasajes que, leídos desde la fe en Jesús, parecían confirmar su identidad mesiánica y divina de una manera que el texto hebreo estándar, leído según las tradiciones interpretativas judías de la época, a menudo no permitía. Estas diferencias "fatales" fueron, en gran medida, el terreno fértil donde pudo germinar y crecer la exégesis cristiana primitiva.
Las Escrituras que Leyó Pablo (y los Evangelistas): El Dominio de la Septuaginta en el NT
Habiendo establecido las diferencias significativas entre la Septuaginta (LXX) y el Texto Masorético (TM), y la existencia de variantes en la LXX que resultaban "providenciales" para la argumentación cristiana, debemos preguntarnos: ¿fue el uso de la LXX por los autores del Nuevo Testamento algo anecdótico o sistemático? Y sobre todo, ¿Qué nos dice este uso sobre el idioma en que ellos mismos escribían y pensaban teológicamente?
Como ya exploramos en nuestro análisis sobre
La elección de citar la LXX era, en primer lugar, una cuestión de eficacia comunicativa. Imaginen a Pablo escribiendo su compleja carta a los Romanos en griego, pero teniendo que insertar citas del Antiguo Testamento en hebreo o arameo; habría sido enormemente engorroso e incomprensible para la mayoría de sus lectores en Roma. Al citar la LXX, Pablo (y los demás autores) podían integrar la autoridad de las Escrituras de forma fluida en su argumentación griega, asegurándose de que su audiencia captara la referencia y la conexión que él quería establecer. Como señalan estudiosos de la relación entre ambos testamentos, como R. Timothy McLay en The Use of the Septuagint in New Testament Research, esta dependencia muestra que el NT opera dentro de un universo conceptual y textual ya helenizado.
Pero el uso de la LXX iba más allá de la mera conveniencia lingüística. Como vimos en los ejemplos de la sección anterior (Isaías 7:14, Salmo 22:16), la Septuaginta ofrecía a veces lecturas o matices que respaldaban la interpretación cristiana de Jesús como Mesías de una forma que el Texto Masorético no lo hacía tan directamente. Los autores del NT, convencidos de que Jesús era el cumplimiento de las Escrituras, naturalmente prefirieron y utilizaron aquellas lecturas de la LXX que mejor servían para demostrarlo a su audiencia greco-parlante. Esto no implica necesariamente una manipulación deshonesta, sino una lectura teológica de la Escritura (en la versión que les era más accesible y autoritativa) a la luz de su fe en Cristo. Martin Hengel, en The Septuagint as Christian Scripture, argumenta convincentemente cómo la LXX se convirtió rápidamente como la versión de las Escrituras Hebreas funcionalmente normativa y más utilizada precisamente por esta afinidad interpretativa.
La extensión de este fenómeno es innegable. Los estudios que comparan las citas del AT en el NT con la LXX y el TM demuestran que una altísima proporción de citas sigue la versión de la Septuaginta, a veces incluso con sus particularidades o "errores" de traducción respecto al hebreo. Esto confirma que no fue un uso esporádico, sino la práctica habitual y normativa para la mayoría de los escritores del Nuevo Testamento. El "Texto base" de trabajo, que leían, citaban e interpretaban, era predominantemente la versión griega.
¿Por Qué el Rechazo Judío? Texto Hebreo vs. LXX en el Debate Mesiánico
Para comprender por qué la figura de Jesús de Nazaret generó división y, en gran medida, rechazo por parte de las corrientes principales del judaísmo de su tiempo en Judea y Galilea, no basta con señalar las diferencias textuales entre la Septuaginta (LXX) y las Escrituras leídas en hebreo. Es fundamental entender también las expectativas mesiánicas predominantes que se derivaban de la interpretación de esas Escrituras Hebreas dentro de esos círculos. ¿Qué tipo de Mesías (en hebreo Mashíaj - מָשִׁיחַ, 'Ungido') se esperaba mayoritariamente en el siglo I?
Si bien el judaísmo del siglo I era diverso, con diferentes grupos (fariseos, saduceos, esenios, zelotes, etc.) y variadas esperanzas escatológicas, la investigación académica, como la detallada por E.P. Sanders en su obra Judaism: Practice and Belief, 63 BCE - 66 CE, sugiere que las expectativas mesiánicas más extendidas (aunque no las únicas) se centraban en la figura de un rey descendiente de David. Este Mashíaj davídico, según la lectura predominante de textos proféticos como Isaías 9, 11, Jeremías 23, Ezequiel 34, o Miqueas 5, sería un líder político y militar ungido por YHWH para:
- Restaurar la soberanía nacional de Israel, liberándolo del dominio extranjero (en ese momento, el Imperio Romano).
- Derrotar a los enemigos de Israel.
- Reunir a los exiliados de la Diáspora.
- Reconstruir o purificar el Templo de Jerusalén, centro del culto.
- Inaugurar una era de paz, justicia y prosperidad bajo el cumplimiento perfecto de la Torá en la tierra de Israel. Estas eran, a grandes rasgos, las esperanzas concretas, terrenales y nacionales que animaban a muchos judíos del siglo I al leer las promesas de sus Escrituras en hebreo.
Ahora, contrastemos estas expectativas con la figura de Jesús, tal como nos la presentan incluso los propios Evangelios. Desde la perspectiva de muchos de sus contemporáneos judíos que leían el Tanaj en hebreo y esperaban este tipo de Mesías restaurador, Jesús presentaba un perfil profundamente desconcertante:
- Hablaba de un Reino de Dios inminente, pero con un fuerte carácter apocalíptico y ético, no de una restauración política inmediata.
- No lideró ninguna revuelta militar contra Roma; de hecho, parece haber evitado la confrontación directa en ese plano (cf. "Dad al César lo que es del César...").
- Realizaba interpretaciones de la Torá que, para algunos (como ciertos grupos farisaicos o saduceos), parecían laxas o incluso contrarias a la tradición recibida.
- Se asociaba con personas consideradas impuras o pecadoras (publicanos, prostitutas), desafiando las normas de separación social y pureza.
- Y, culminantemente, su muerte por crucifixión, una pena romana infamante reservada a rebeldes y esclavos, era vista no como un triunfo, sino como un signo de fracaso y maldición divina (cf. Deuteronomio 21:23: "maldito por Dios es el colgado"). Desde esta perspectiva, basada en la lectura predominante del texto hebreo y las expectativas histórico-políticas derivadas, Jesús no cumplía con los criterios esperados para ser el Mashíaj davídico anhelado por gran parte del judaísmo de Judea y Galilea en el siglo I.
Si la Septuaginta fue inicialmente una empresa judía para judíos, ¿Cómo explicar la visión sorprendentemente negativa que encontramos hacia ella en fuentes rabínicas posteriores? Este cambio de actitud es clave para entender la dinámica del debate textual. El ejemplo más famoso se encuentra en el Talmud Babilónico, tratado Meguilá 9a-b. Allí, al narrar la supuesta traducción de la Torá al griego bajo el rey Ptolomeo (una versión de la leyenda de Aristeas), los rabinos comentan que ese día fue tan nefasto para Israel como el día en que se hizo el Becerro de Oro, ¡y que la oscuridad cubrió el mundo por tres días! El Tratado Soferim (una compilación post-talmúdica sobre reglas para escribas) incluso lista este evento como motivo de ayuno. ¿Cómo entender esta condena tan severa a una traducción que, como vimos, fue ampliamente usada por judíos como Filón y que incluso circulaba en Qumrán?
Aquí, el contexto histórico es la clave que nos ofrece la academia. Esta visión negativa no parece reflejar la actitud del judaísmo helenístico pre-cristiano, sino que es una perspectiva posterior, desarrollada principalmente a partir del siglo II d.C. en adelante por las corrientes que darían lugar al judaísmo rabínico. ¿La razón fundamental? Como argumentan especialistas en las relaciones judeo-cristianas y la historia de la LXX (como los ya mencionados Martin Hengel o Peter Schäfer), fue una reacción directa y defensiva ante el uso polémico y proselitista que los seguidores de Jesús hacían de la Septuaginta. Los primeros "seguidores de Jesús", al debatir con judíos y al escribir sus propios textos, recurrían constantemente a pasajes de la LXX que, por sus variantes o traducciones particulares (como vimos con Isaías 7:14 o Salmo 22:16), parecían "probar" la mesianidad y divinidad de Jesús de una forma que el texto hebreo no permitía tan fácilmente.
En otras palabras: al ver que la "Escritura griega" que ellos mismos habían producido se convertía en el principal arsenal argumentativo de un "movimiento rival" que se expandía rápidamente (y que a menudo "ganaba" conversos, especialmente en la Diáspora, usando precisamente esas lecturas de la LXX), las autoridades rabínicas desarrollaron una profunda desconfianza hacia esa versión. Empezaron a verla como un texto poco fiable, quizás incluso "corrompido" o, al menos, peligroso por las interpretaciones que permitía. Como reacción, se produjo una reafirmación vehemente de la absoluta primacía y santidad única del Texto Hebreo (el linaje textual que conduciría al TM).
Una prueba concreta de esta reacción es la aparición, precisamente en el siglo II d.C., de nuevas traducciones griegas de las Escrituras Hebreas realizadas por judíos, con el objetivo explícito de ser extremadamente literales y fieles al texto hebreo que se estaba consolidando como normativo. Las más famosas son las de Aquila (conocido por su literalismo extremo, casi palabra por palabra), Símaco (más elegante en su griego pero también fiel al hebreo) y Teodoción (una revisión de una versión griega anterior o de la propia LXX para ajustarla más al hebreo). El propósito de estas nuevas versiones, como indican los estudiosos, era claro: ofrecer a los judíos de habla griega una alternativa fiable a la Septuaginta "cristianizada" y neutralizar los argumentos de los seguidores de Jesús basados en las lecturas particulares de la LXX antigua.
Por lo tanto, la leyenda negativa de Meguilá 9a y la desconfianza rabínica hacia la LXX no deben leerse como un testimonio histórico sobre su origen, sino como un reflejo de la tensa relación y la polémica textual entre el judaísmo rabínico formativo y el movimiento cristiano emergente en los siglos II y III d.C. Nos muestra cómo la batalla por la "correcta" interpretación de las Escrituras estaba íntimamente ligada a la versión textual utilizada.
¿Habría Cristianismo sin Septuaginta? El Fundamento Textual Griego de la Fe
Llegamos a una pregunta contrafactual pero históricamente pertinente: ¿Qué tan crucial fue la existencia y el uso de la Septuaginta (LXX) para el desarrollo concreto y la expansión exitosa de la teología sobre Jesús en los primeros siglos? Dicho de otro modo, ¿habría tomado el movimiento de Jesús la forma que conocemos si sus primeros teólogos y misioneros hubieran contado únicamente con las Escrituras Hebreas tal como eran leídas e interpretadas por las corrientes principales del judaísmo de Judea? Aunque explorar escenarios hipotéticos es complejo, el análisis histórico-crítico de la evidencia sugiere que la LXX jugó un rol funcionalmente indispensable. Nuestro objetivo aquí no es teológico (sobre si Dios podría haberlo hecho de otra manera), sino histórico: analizar la dependencia real del movimiento temprano respecto a esta versión griega.
El primer pilar de esta dependencia reside en la LXX como fuente de "pruebas" mesiánicas. Como ya detallamos con ejemplos como Isaías 7:14 (parthenos) o Salmo 22:16 (ōryxan), muchas de las conexiones proféticas clave que los autores del Nuevo Testamento establecieron para argumentar que Jesús era el Mesías esperado (y que sufrió, murió y resucitó según las Escrituras) dependían de lecturas específicas presentes en la versión griega, lecturas que diferían o no eran tan evidentes en el Texto Hebreo (TM). Sin este "arsenal" de versículos de la LXX que parecían prefigurar a Jesús de manera tan precisa (desde la perspectiva cristiana), la tarea de fundamentar escriturísticamente la novedosa interpretación de Jesús como un Mesías sufriente y divino habría sido, históricamente hablando, inmensamente más ardua. Como argumenta R. Timothy McLay, el NT no solo cita la LXX, sino que a menudo su argumentación teológica depende intrínsecamente de la forma griega del texto.
En segundo lugar, la LXX funcionó como un puente lingüístico y conceptual vital hacia el mundo grecorromano. Recordemos que la misión de los seguidores de Jesús se expandió rápidamente más allá de las fronteras de Judea y Galilea, dirigiéndose a judíos de la Diáspora (cuya lengua franca era el griego) y a un número creciente de gentiles. La Septuaginta ofrecía una base textual común y accesible en griego koiné. Intentar explicar las sutilezas de la fe en Jesús Mesías, argumentando desde un texto hebreo desconocido o inaccesible para la mayoría de la audiencia potencial, habría sido una barrera comunicativa casi insuperable. La LXX permitió a figuras como Pablo desarrollar sus complejas argumentaciones teológicas (sobre la Ley, la justificación, Israel, etc.) en cartas escritas en griego, citando una versión de las Escrituras que sus lectores podían, al menos potencialmente, consultar y entender.
Tercero, la Septuaginta no solo fue el texto citado, sino también el molde principal del vocabulario teológico griego del Nuevo Testamento. Los autores neotestamentarios no tuvieron que inventar de cero cómo expresar conceptos hebreos en griego; en gran medida, adoptaron y adaptaron la terminología ya establecida por los traductores judíos de la LXX. Palabras cruciales como Kyrios (Κύριος, Señor, usado en LXX para traducir YHWH), Christos (Χριστός, Cristo, para Mashíaj), Ekklesia (Ἐκκλησία, Iglesia/Asamblea, para qahal), Pneuma (Πνεῦμα, Espíritu, para ruaj), Nomos (Νόμος, Ley, para Torá), Dikaiosynē (Δικαιοσύνη, Justicia), Hamartia (Ἁμαρτία, Pecado), etc., ya tenían una historia de uso y un campo semántico definido en el judaísmo helenístico gracias a la LXX. El NT construye sobre este léxico preexistente, lo cual facilitó enormemente la articulación de su propio mensaje teológico en griego.
Finalmente, la propia adopción preferencial de la LXX por los seguidores de Jesús, en contraste con la creciente reafirmación del Texto Hebreo por parte del judaísmo rabínico formativo, se convirtió en un factor de diferenciación identitaria. Como analiza James D.G. Dunn en The Partings of the Ways, la elección y el uso de una u otra versión de las Escrituras se volvieron parte de la definición de los límites entre ambos grupos. La LXX se consolidó como el "Antiguo Testamento" cristiano, mientras que el judaísmo rabínico se centró exclusivamente en el Hebreo (y sus traducciones arameas, los Targumim).
En conclusión, si bien es imposible saber qué hubiera ocurrido en un escenario histórico diferente, la evidencia sugiere fuertemente que la Septuaginta no fue meramente un instrumento útil, sino una condición históricamente necesaria para el desarrollo específico de la teología cristiana primitiva y para su exitosa difusión en el Imperio Romano. Proporcionó las "pruebas" textuales clave, el lenguaje común, el vocabulario teológico y, paradójicamente, un elemento de distinción frente al judaísmo del que surgió. Entender su rol es entender una pieza fundamental del rompecabezas de los orígenes cristianos.
Más que Palabras: Cómo una Traducción Antigua Definió Dos Religiones Mundiales
Llegamos al final de nuestro análisis sobre el rol decisivo de la Septuaginta (LXX) en los orígenes cristianos, y es momento de trazar un balance final. Hemos recorrido un camino que nos llevó desde Alejandría en el siglo III a.C. hasta las polémicas entre judíos y cristianos en los primeros siglos de nuestra era. Constatamos que la LXX, nacida como una herramienta para judíos helenófonos, presentaba diferencias significativas respecto a la tradición textual hebrea que se consolidaría como Texto Masorético (TM). Vimos cómo estas diferencias, especialmente en pasajes con potencial mesiánico como Isaías 7:14 o Salmo 22:16, ofrecieron a los primeros seguidores de Jesús un fundamento escriturístico en griego para interpretar la vida, muerte y resurrección de su maestro como el cumplimiento de las promesas. Analizamos también por qué las corrientes judías principales de la época, leyendo las Escrituras en hebreo y con otras expectativas mesiánicas, no encontraron convincentes estas mismas "pruebas".
El punto central que emerge de nuestro estudio histórico-crítico es este: la elección y el uso de una determinada versión de las Escrituras (LXX vs. Hebreo/TM) fue un factor absolutamente fundamental en la divergencia teológica entre lo que llegaría a ser el Cristianismo y el Judaísmo Rabínico. No fue, desde luego, el único factor (las diferencias sobre la figura de Jesús, la Ley, el Templo, etc., son enormes), pero la base textual sobre la que cada grupo construía y defendía sus argumentos fue determinante. Como argumentan historiadores como Antonio Piñero o James D.G. Dunn, la forma en que cada comunidad leía e interpretaba su texto sagrado contribuyó decisivamente a la solidificación de identidades separadas y al llamado "parting of the ways".
Es crucial reiterar que este proceso no fue de simple "copia" por parte de los cristianos ni de mero "rechazo" obstinado por parte de los judíos. Fue un diálogo complejo y a menudo tenso con las tradiciones textuales y exegéticas. Los seguidores de Jesús reinterpretaron creativamente la LXX a la luz de su fe en Cristo. El judaísmo rabínico, en parte como reacción a la polémica cristiana, reafirmó la santidad y autoridad exclusiva del texto hebreo, desarrollando incluso nuevas traducciones griegas (Aquila, etc.) para contrarrestar el uso cristiano de la LXX. La Septuaginta, de ser una "Biblia" judía, pasó a ser percibida por los rabinos como un texto ajeno o incluso peligroso, mientras que para los cristianos se convirtió en su "Antiguo Testamento" por excelencia.
Este fascinante episodio histórico nos enseña sobre el poder inherente a la traducción y la interpretación. Una versión de un texto, con sus matices y variantes, puede abrir posibilidades de significado que otra versión cierra, y viceversa. Comprender el rol decisivo de la Septuaginta nos obliga a ir más allá de la noción simplista de un "original" único e inmutable y a reconocer la historia textual como un factor dinámico en la formación de las creencias. Nos invita, como siempre en 'Ciencia Bíblica', a una lectura crítica, contextualizada e informada de las fuentes, apreciando la complejidad histórica sin caer en anacronismos ni en polémicas confesionales. La historia de la LXX y su impacto es, en sí misma, una lección magistral sobre cómo se construyen y divergen las tradiciones religiosas.
Lecturas Recomendadas para Profundizar
Sé que explorar estas conexiones entre culturas y religiones antiguas, y especialmente el rol de una traducción como la Septuaginta, puede ser tan fascinante como complejo, y a menudo nos deja con el deseo de profundizar aún más. Si se han quedado con esa 'chispa' y quieren seguir tirando del hilo de esta fascinante interacción textual y teológica, me permito recomendarles muy personalmente algunos trabajos académicos que son referencia obligada y que han sido cruciales para construir el análisis que hemos compartido. La bibliografía es vasta, pero estos son, creo yo, puntos de partida excelentes:
(Lista de Referencias Recomendadas - Comentada)
- Martin Hengel - The Septuagint as Christian Scripture: Its Prehistory and the Problem of Its Canon: Un estudio fundamental de uno de los grandes maestros, que analiza precisamente cómo la LXX, de origen judío, se convirtió en la Escritura cristiana por excelencia y las implicaciones de esto. Clave para nuestro tema.
- R. Timothy McLay - The Use of the Septuagint in New Testament Research: Ofrece una visión panorámica excelente y actualizada sobre cómo los autores del NT usaron la LXX, analizando métodos de cita y dependencia teológica. Muy útil para entender la práctica real de los escritores neotestamentarios.
- Sidney Jellicoe - The Septuagint and Modern Study: Aunque ya tiene unos años, sigue siendo una obra de referencia exhaustiva sobre la historia de la investigación de la LXX, sus orígenes, manuscritos y características. Un clásico para una visión profunda.
- Comentarios Críticos a Libros Bíblicos Clave (NT y AT): Para ver en acción el análisis de citas específicas, son indispensables los comentarios académicos serios (series como Anchor Yale Bible, Hermeneia, ICC, etc.) a libros como Mateo, Hebreos, Hechos, Romanos (en el NT) y a Isaías, Salmos, Deuteronomio (en el AT/LXX), buscando aquellos que presten especial atención a las variantes textuales y al uso del AT en el NT.
- E.P. Sanders - Judaism: Practice and Belief, 63 BCE - 66 CE: Para entender el contexto del judaísmo del siglo I, las diferentes corrientes y las expectativas mesiánicas (y por qué Jesús no encajaba fácilmente en algunas de ellas), el trabajo de Sanders sigue siendo un punto de partida fundamental.
- James D.G. Dunn - The Partings of the Ways: Between Christianity and Judaism...: Clásico para comprender el complejo proceso de separación entre judaísmo y cristianismo en los primeros siglos, donde la interpretación de las Escrituras (y qué versión usar) jugó un rol crucial.
- Obras sobre Judaísmo Helenístico: Autores como Erich S. Gruen (Heritage and Hellenism) o John J. Collins (Between Athens and Jerusalem) ayudan a comprender la vibrante cultura judía de habla griega en la que nació y se usó la LXX.
Espero que estas pistas les sean de utilidad en su propio camino de estudio. Recuerden que la investigación seria es un diálogo constante con las fuentes y con otros investigadores.
Llegamos así al final de este análisis detallado sobre el rol decisivo de la Septuaginta en la formación de la teología cristiana temprana y en la configuración de las diferencias con el judaísmo que leía las Escrituras en hebreo. Reconozco que explorar estas interacciones históricas y las conclusiones de la crítica académica puede generar muchas preguntas, quizás incluso inquietudes o dudas sobre ideas que considerábamos firmemente establecidas; es una reacción natural y hasta saludable cuando aplicamos una mirada crítica y honesta a los textos y a su historia. Pero quiero asegurarles algo importante: como siempre en 'Ciencia Bíblica', ustedes no estudian estas complejidades en un espacio huérfano o en una página incógnita donde no se conoce su representante. Mi compromiso con ustedes es firme. Mientras tenga la salud, cuente con la riqueza de la vida y me respalden mis modestos pero dedicados conocimientos académicos, consolidados en años de estudio, estaré aquí para intentar guiarles, para dialogar con respeto, para investigar juntos y para seguir aprendiendo en este maravilloso camino del estudio serio de las Escrituras y su contexto. Por eso, ahora más que nunca, me interesa enormemente conocer su parecer: ¿Qué reflexiones, dudas o nuevas preguntas les ha generado este recorrido? ¿Qué aspecto les impactó o les resultó más desafiante? Sus comentarios son increíblemente valiosos, no solo para mí, sino para enriquecer a toda esta comunidad. Les agradezco de corazón su tiempo, su confianza y el invaluable apoyo que le dan a este proyecto.
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