Genealogías de Jesús en Mateo y Lucas: Divergencia Narrativa y Convergencia Teológica
Una de las preguntas que con más frecuencia y pasión ha surgido últimamente, tanto en nuestra comunidad de TikTok como entre los estudiantes de nuestro curso de "Introducción a las Ciencias Bíblicas", es una que va al corazón mismo de los Evangelios: la aparente contradicción entre las dos genealogías de Jesús. ¿Por qué Mateo traza un linaje y Lucas otro completamente distinto? ¿Es un error? ¿Cuál es la lista "correcta"?
Agradezco infinitamente estas preguntas, porque demuestran un nivel de lectura atenta y crítica que es precisamente el objetivo de este proyecto. Dada la enorme profundidad del tema, responder en un video corto o con una explicación simple sería una injusticia para los detalles y para la seriedad de su consulta. Por eso, he decidido dedicar este artículo completo a desentrañar juntos este fascinante rompecabezas, para honrar su curiosidad con el rigor académico que se merece.
Así que, como siempre hacemos aquí, vamos a dejar de lado las respuestas fáciles para sumergirnos en el análisis. Descubriremos que esta divergencia, lejos de ser un fallo, es en realidad la clave para entender dos proyectos teológicos magistrales, diseñados por dos autores que pintaron, de forma deliberada, dos retratos complementarios pero distintos del Mesías.
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El "Mapa de Identidad": La Función de las Genealogías en el Mundo Antiguo
Antes de sumergirnos en las listas específicas de Mateo y Lucas, es absolutamente crucial que hagamos una pausa y nos despojemos de nuestra mentalidad moderna. Para nosotros, un árbol familiar es, en gran medida, un registro de ascendencia biológica, una curiosidad personal. En el Antiguo Cercano Oriente y, de forma decisiva, en el mundo de la Biblia Hebrea, una genealogía —en hebreo, תּוֹלְדוֹת (tôlḏôṯ), que se traduce como "generaciones" o "historias de origen"— era algo infinitamente más poderoso. Lejos de ser un simple listado, era un instrumento literario, político y teológico de primer orden; un verdadero mapa de identidad que respondía a la pregunta fundamental de un pueblo: "¿Quiénes somos y cuál es nuestro propósito en el plan de Dios?".
La función primordial de estas listas era establecer la legitimidad. En una sociedad donde el estatus y la función estaban determinados por el linaje, una genealogía era la credencial definitiva. La pertenencia al sacerdocio, por ejemplo, estaba estrictamente limitada a los descendientes varones de Aarón. Como vemos de manera práctica en los libros de Esdras y Nehemías, las familias que no pudieron probar su ascendencia sacerdotal con un pedigrí verificable tras el exilio fueron simplemente excluidas del servicio en el Templo (Esdras 2:61-62). De la misma manera, tras la promesa divina a David de una dinastía eterna, la ascendencia davídica se convirtió en el criterio indispensable para la legitimidad monárquica en Judá.
Esta función configuradora se vuelve evidente desde el libro del Génesis, que las utiliza como una verdadera arquitectura teológica. Las famosas listas de los capítulos 5 y 11, que trazan el linaje de Adán a Noé y de Sem a Abraham, no son anales exhaustivos. Ambas se componen de diez generaciones, una simetría numérica que, como señalan eruditos de la talla de John Van Seters y Gary Rendsburg, revela un diseño intencional. La narrativa es deliberadamente selectiva: en Génesis 5 se excluye la línea de Caín para privilegiar la de Set, la línea piadosa. En la "Tabla de las Naciones" de Génesis 10, aunque se organiza a toda la humanidad post-diluviana en un número simbólico de 70 pueblos, el foco se cierra progresivamente sobre el linaje de Sem, preparando el escenario para la elección divina de Abram. Como resume el académico Richard S. Hess, la función de estas listas es establecer un marco universal para legitimar la historia particular de Israel.
Esta intencionalidad teológica no se limita a los orígenes de Israel, sino que adquiere un carácter eminentemente práctico y político en otros contextos de la Torá y los Escritos. En el libro de Números, por ejemplo, las genealogías se vuelven descarnadamente funcionales. Los capítulos 1 y 2 organizan a las tribus para el censo militar y para la estructura del campamento en el desierto. Pero de forma aún más significativa, en los capítulos 3 y 4, la tribu de Leví es objeto de un censo separado y meticuloso. No se les cuenta para la guerra, sino para el servicio sagrado. Se les divide por clanes —guershonitas, qehatitas, meraritas— y a cada grupo se le asigna una función litúrgica específica y un grado de cercanía al santuario. Es una estructura teocrática minuciosamente detallada que, como ha explorado en profundidad el erudito Jacob Milgrom, sirve para justificar la jerarquía cultual y la sustitución de los primogénitos de Israel por la tribu levítica.
Quizás el ejemplo más claro de una genealogía como programa ideológico se encuentra siglos más tarde, en el libro de 1 Crónicas. Escrito en el período postexílico, el autor (conocido como el Cronista) dedica sus primeros nueve capítulos a una vasta genealogía que va desde Adán hasta la comunidad restaurada. Como ha demostrado la investigadora Sara Japhet, el Cronista no es un mero archivista, sino un teólogo que reelabora las tradiciones de Génesis, Números y Reyes con un fin restaurativo. Destaca abrumadoramente a las tribus de Judá (el linaje real) y Leví (el linaje sacerdotal), minimizando el rol del reino del norte. Introduce listas detalladas de oficios del Templo —cantores, porteros— y omite cuidadosamente figuras problemáticas de la historia de Israel. Su objetivo es claro: reconstruir una identidad nacional para la comunidad que ha regresado del exilio, una identidad centrada sólidamente en la dinastía davídica como garantía de futuro y en el orden sacerdotal del Templo como pilar de la vida comunitaria.
Todo esto nos lleva a una conclusión ineludible. Las genealogías bíblicas, particularmente en Génesis, Números y Crónicas, constituyen estructuras literarias de alta densidad ideológica, más que simples registros genealógicos fácticos. Su carácter selectivo, sus simetrías numéricas, y su configuración narrativa responden a finalidades teológicas, cultuales-sacerdotales y político-identitarias. La crítica moderna —tanto redaccional como socio-literaria— ha puesto de relieve el carácter configurador, más que documental, de estas genealogías, lo cual implica una lectura que reconozca su funcionalidad teológica antes que su pretendida historicidad literal.
El Mesías de Israel: El Proyecto Teológico en la Genealogía de Mateo
Ahora que hemos establecido el marco de cómo funcionaban las genealogías antiguas, podemos adentrarnos con las herramientas adecuadas en la primera de nuestras dos exhibiciones: la lista presentada en el Evangelio según Mateo. Desde su primera línea, el autor nos deja claro su propósito. Inicia con la frase solemne "Libro del origen (βίβλος γενέσεως - bíblos geneseōs) de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham". La expresión inicial evoca deliberadamente el libro del Génesis, presentando la llegada de Jesús no solo como un evento histórico, sino como el comienzo de una nueva creación. Inmediatamente después, establece los dos pilares de su argumento: David, que representa la promesa del reino mesiánico, y Abraham, el origen del pacto con el pueblo de Israel.
La estructura descendente de la lista, que fluye desde el pasado hacia el presente de Jesús, se construye sobre una fórmula rítmica y poderosa: "A ἐγέννησεν (egénnēsen) a B". Este verbo griego, del aoristo de indicativo activo de γεννάω (gennáō), significa inequívocamente "engendró" o "procreó". La elección de esta voz activa es una decisión teológica magistral. Mateo presenta la historia de la salvación como una cadena dinámica, un plan divino que se despliega activamente, generación tras generación, avanzando inexorablemente hacia su cumplimiento.
Este sentido de un plan divinamente orquestado se refuerza con una estructura deliberadamente artificial de tres series de catorce generaciones. Para lograr esta simetría, Mateo incluso omite varios reyes de la línea histórica de Judá. ¿Por qué el número catorce? La respuesta más aceptada por la academia se encuentra en una técnica exegética judía conocida como gematria, en la que cada letra del alfabeto hebreo tiene un valor numérico. El nombre del rey más importante de Israel, David, se escribe en hebreo דוד. Este nombre se compone de tres letras: Dalet (ד), cuyo valor es 4; Vav (ו), cuyo valor es 6; y otra Dalet (ד), con valor de 4. La suma de estos valores (4+6+4) es catorce. Por lo tanto, al organizar la historia en bloques de catorce, Mateo no está simplemente contando; está tejiendo el nombre de David en la estructura misma de la historia de Israel, proclamando de forma simbólica que Jesús es el "David" por excelencia, el clímax de la promesa davídica.
Sin embargo, la genialidad del autor se revela en lo que parece una anomalía radical: la inclusión de cuatro mujeres del Antiguo Testamento en un registro rigurosamente patrilineal. Su selección es una estrategia teológica calculada, ya que ninguna es una matriarca convencional como Sara o Rebeca, sino figuras cuyas historias son cruciales por su "irregularidad". Cada una aporta un matiz simbólico específico. Tamar representa la iniciativa audaz y la justicia que opera por vías no convencionales; como viuda a quien se le negó el derecho de levirato, asegura la continuidad del linaje de Judá a través de una unión que, aunque incestuosa, estaba motivada por la preservación de la promesa. Rahab, por su parte, simboliza la ruptura de las barreras étnicas y morales; siendo una prostituta cananea, un doble estatus marginal, su fe en el Dios de Israel la incorpora a ella, una gentil, en el corazón mismo del plan de salvación.
A ellas se suma Rut, la moabita, cuyo pueblo estaba explícitamente excluido de la asamblea de Israel. Ella es el paradigma de la inclusión del extranjero a través de la lealtad y la piedad (jésed), demostrando que la pertenencia al pueblo de Dios trasciende la letra de la ley. Finalmente, Betsabé es incluida de la forma más provocadora: ni siquiera es nombrada, sino identificada como "la mujer de Urías". Esta fórmula subraya la gravedad del pecado de David —adulterio y asesinato— y simboliza una verdad incómoda pero fundamental: el linaje mesiánico no es una línea de santos inmaculados, sino una historia en la que la gracia soberana de Dios opera poderosamente a pesar del más grave pecado humano.
La función de estas cuatro figuras es, por tanto, doble y magistral. Teológicamente, demuestran un patrón en el que la gracia de Dios obra a través de los inesperados y los gentiles, prefigurando la misión universal que Mateo revelará al final de su evangelio. Y apologéticamente, establecen un precedente de "uniones irregulares" en la historia sagrada. Al hacerlo, Mateo prepara al lector para la anomalía final y más grande de todas, la del nacimiento de Jesús, presentándola no como un escándalo, sino como el clímax de la manera sorprendente y llena de gracia en que Dios siempre ha cumplido su promesa.
Habiendo preparado magistralmente a su lector con el patrón de las cuatro mujeres, Mateo despliega su argumento final en el clímax de la genealogía, el versículo 1:16. Aquí, después de casi cuarenta repeticiones de la fórmula activa "A engendró a B", la cadena se rompe de forma deliberada y brillante. El texto no dice "José engendró a Jesús", como se esperaría, sino que la sintaxis cambia para comunicar una verdad teológica fundamental:
Ἰακὼβ δὲ ἐγέννησεν τὸν Ἰωσὴφ τὸν ἄνδρα Μαρίας, ἐξ ἧς ἐγεννήθη Ἰησοῦς (Jacob, por su parte, engendró a José, el marido de María, de la cual fue engendrado Jesús)
El análisis de esta frase revela tres señales inequívocas. Primero, José no es identificado como el padre de Jesús, sino como "el marido de María", estableciéndolo como el eslabón legal, no biológico. Segundo, el uso del pronombre relativo femenino ἐξ ἧς (ex hēs), que significa "de la cual", atribuye gramaticalmente el origen biológico del nacimiento de forma exclusiva a María. Tercero, el verbo cambia del activo ἐγέννησεν (egénnēsen), "engendró", al pasivo ἐγεννήθη (egennēthē), "fue engendrado". En el lenguaje bíblico, este uso de la voz pasiva sin un agente explícito a menudo implica a Dios como el agente oculto, lo que se conoce como el "pasivo divino".
Pero entonces, ¿Cómo puede Jesús ser el "hijo de David" si José no es su padre biológico? Mateo resuelve esta aporía no en la genealogía misma, sino en la narrativa que le sigue (1:18-25). La solución que presenta es puramente jurídica. Al ser descrito como un hombre "justo" (δίκαιος - díkaios), se nos dice que José es un observante piadoso de la Torá. La intervención divina en el sueño le da dos mandatos con profundas implicaciones legales. Primero, "recibir" o "tomar" (παραλαβεῖν - paralabein) a María, lo que constituye el acto formal de completar el matrimonio y aceptarla en su casa. Segundo, y más importante, "llamarás su nombre Jesús". En la costumbre y la ley judía del período, el acto de nombrar a un niño por parte del padre era el acto formal de reconocimiento público y adjudicación de paternidad legal. Al nombrar a Jesús, José lo incorpora legalmente a su familia y, por tanto, a su linaje davídico, confiriéndole todos los derechos de herencia y estatus.
En resumen, Mateo ejecuta una maniobra teológico-jurídica de una sofisticación notable. Resuelve la paradoja presentando a un Mesías que es hijo de David no por la sangre de José, sino por la ley, a través del acto de fe y obediencia de su padre legal. Así, cumple la profecía del linaje real sin contradecir la creencia en una filiación divina.
El Salvador Universal: El Proyecto Teológico en la Genealogía de Lucas
Si la genealogía de Mateo es una obertura solemne que abre el telón de su evangelio, la de Lucas es un interludio teológico colocado con una precisión quirúrgica en un momento de máxima revelación. A diferencia de Mateo, Lucas no inicia su obra con la lista de ancestros. La inserta en su capítulo 3, estratégicamente situada entre dos eventos capitales: el bautismo de Jesús y su tentación en el desierto. Esta decisión es una genialidad narrativa. La genealogía funciona como una respuesta directa a la voz celestial que acaba de proclamar en el bautismo: "Tú eres mi Hijo amado". La lista que sigue responde a la pregunta implícita: ¿en qué sentido es Jesús "Hijo de Dios"? Al mismo tiempo, establece la identidad de Jesús como el verdadero Hijo y Nuevo Adán justo antes de su confrontación con Satanás, donde triunfará allí donde el primer Adán falló.
La arquitectura de la lista lucana es radicalmente opuesta a la de Mateo. Su dirección es ascendente, trazando el linaje hacia atrás, desde Jesús hasta su origen último. Este movimiento invierte el foco: en lugar de mostrar cómo la historia de Israel culmina en Jesús, Lucas muestra cómo Jesús recapitula y da un nuevo comienzo a toda la historia de la humanidad. La fórmula gramatical también contrasta fuertemente. Donde Mateo usaba el verbo activo "engendró", Lucas emplea una monótona y estilizada cadena de genitivos: τοῦ Ἰωσὴφ, τοῦ Ἡλί, τοῦ Μαθθάτ… ("de José, de Elí, de Matat..."). La palabra "hijo" se sobrentiende en cada eslabón. Esta sintaxis pasiva no enfatiza el acto de procrear, sino la pertenencia a un linaje, una cadena ininterrumpida que conecta a Jesús con la totalidad de sus antepasados.
Al igual que Mateo, Lucas debe abordar la paradoja del nacimiento virginal dentro de una línea paterna. Su solución es una obra de arte de la sutileza legal y teológica, encapsulada en una breve cláusula parentética en el versículo 3:23: ὢν υἱός, ὡς ἐνομίζετο, Ἰωσήφ ("siendo hijo, como se suponía, de José"). El verbo clave aquí es νομίζω (nomízō). Su campo semántico es amplio: puede significar "suponer" o "creer", pero también "ser considerado según la costumbre o la ley". La genialidad de Lucas es que la frase funciona en dos niveles simultáneamente. Por un lado, es una salvaguarda legal: afirma que, para el registro público y según la ley (de jure), Jesús era considerado el hijo de José, lo cual era indispensable para establecer su linaje davídico. Por otro lado, es una corrección teológica para el lector del evangelio, un guiño que le recuerda la historia de la concepción milagrosa narrada en el capítulo 1. Es una forma elegante de decir: "...o eso es lo que la gente, que no conocía la historia completa, creía". Lucas no crea una contradicción, sino una tensión deliberada que afirma la línea legal de Jesús a través de José mientras reafirma su filiación divina única.
Habiendo establecido el marco legal y teológico de la paternidad de José, Lucas nos invita ahora a recorrer el contenido mismo de su lista, un camino que se desvía radicalmente del linaje real de Mateo y que culmina en un horizonte universal. Al trazar la ascendencia davídica de Jesús, Lucas no pasa por el rey Salomón, sino por Natán, otro hijo de David. La erudición crítica ha sugerido que esta elección pudo ser deliberada para evitar la línea de los reyes de Judá, que incluía a figuras notorias por su infidelidad y que culminó en el rey Jeconías, sobre quien el profeta Jeremías pronunció una aparente maldición de que ninguno de sus descendientes prosperaría en el trono de David (Jeremías 22:30). Sin embargo, y aquí la historia de la interpretación se vuelve fascinante, la propia tradición judía debatió intensamente este punto. El Talmud, por ejemplo, argumenta que el profundo arrepentimiento de Jeconías durante su exilio en Babilonia fue tan genuino que Dios revocó el decreto, demostrando así el compromiso inquebrantable de la tradición rabínica con la perpetuidad de la promesa davídica. Al elegir la línea de Natán, Lucas presenta un linaje davídico "limpio", libre de las controversias de la monarquía apóstata.
El verdadero clímax teológico de la genealogía lucana, sin embargo, se encuentra en su final. La lista no se detiene en David, ni siquiera en Abraham. Continúa implacablemente hacia atrás hasta llegar a la doble afirmación culminante: "...hijo de Adán, hijo de Dios". Al conectar a Jesús con Adán, el padre de toda la humanidad, Lucas lo presenta como el representante y punto de partida de una nueva humanidad. Su misión no está limitada a Israel; es una misión de restauración para toda la raza humana. Esta teología resuena de manera poderosa con la cristología del "postrer Adán" (ὁ ἔσχατος Ἀδάμ) que el apóstol Pablo desarrolla de forma tan robusta en sus cartas (Romanos 5; 1 Corintios 15), donde el primer Adán introduce el pecado y la muerte, y Cristo, el segundo Adán, inaugura una humanidad de gracia y resurrección.
Dado que el Evangelio de Lucas fue compuesto posteriormente a las cartas paulinas —y presumiblemente dentro de una comunidad conocedora del pensamiento de Pablo—, resulta metodológicamente legítimo afirmar que la estructura y la teología de la genealogía lucana reflejan influencias de la cristología paulina, particularmente la formulación escatológica de Cristo como “último Adán” (ὁ ἔσχατος Ἀδάμ) (1 Cor 15:45).
En efecto, la inclusión de Adán como “hijo de Dios” (τοῦ θεοῦ) en Lucas 3:38, y la articulación de una genealogía invertida que culmina en Dios, prefigura narrativamente el concepto paulino de una nueva creación iniciada en Cristo, superando la caída adámica. Aunque no puede establecerse una dependencia literaria directa, sí puede hablarse con rigor de una convergencia teológica consciente, en la que Lucas reconfigura la historia de la humanidad en términos que resuenan con la antropología redentora de Pablo.
Finalmente, la lista no termina en Adán, sino en Dios. De este modo, Lucas cierra el círculo que abrió en el bautismo. La filiación divina de Jesús, proclamada por la voz celestial, se fundamenta no solo en su relación única con el Padre, sino también en su rol como el Adán perfecto que viene a restaurar la relación filial original de toda la humanidad con su Creador. Una prueba contundente de la orientación helenística de Lucas y su fuente se encuentra en un detalle de crítica textual en el versículo 3:36. La lista lucana incluye un segundo "Cainán", una figura que aparece en la genealogía de la Septuaginta (LXX), la traducción griega de las escrituras hebreas, pero que está completamente ausente en el Texto Masorético hebreo. Esto confirma que Lucas estaba trabajando con la Biblia del mundo de habla griega, la Escritura de la misión a los gentiles para la cual estaba sentando las bases teológicas.
Dos Listas, Múltiples Lecturas: La Recepción de las Genealogías en la Historia (I - El Ingenio de Julio Africano)
Frente a la evidente divergencia entre las genealogías de Mateo y Lucas, la reacción de los primeros intelectuales cristianos no fue la indiferencia, sino un intenso esfuerzo por demostrar la coherencia y fiabilidad histórica de sus textos sagrados. Estaban bajo el escrutinio de críticos paganos como Celso, quienes señalaban estas aparentes contradicciones como prueba de la falta de rigor del nuevo movimiento. En este contexto apologético, surge la primera y más influyente solución, propuesta por el erudito cristiano Sexto Julio Africano (c. 160 – c. 240 d.C.). Su argumento, una obra maestra de erudición cronográfica y legal, fue meticulosamente preservado por el historiador posterior Eusebio de Cesarea.
La solución de Africano depende enteramente de una comprensión profunda de una ley específica de la Torá: el matrimonio levirato, conocido en hebreo como Yibbum (יִבּוּם). Esta ley, detallada en Deuteronomio 25:5-6, estipulaba que si un hombre moría sin hijos, su hermano tenía el deber de casarse con la viuda para "levantar descendencia" en nombre del hermano fallecido. Crucialmente, el primer hijo nacido de esta unión no era considerado legalmente hijo del padre biológico, sino del difunto. Esta ley creaba una distinción fundamental entre el padre biológico (genitor) y el padre legal (pater), y es esta dualidad la que Africano utiliza como llave para resolver el enigma.
Basándose en lo que él mismo afirmaba era una tradición oral recibida de los propios parientes de Jesús (los desposynoi), Africano reconstruyó la historia familiar de José. Argumentó que el abuelo de José por parte de Mateo, Matán, y el abuelo por parte de Lucas, Melqui, se casaron con la misma mujer, llamada Estha. Matán murió primero, y de su unión con Estha nació Jacob. Posteriormente, la viuda Estha se casó con Melqui, y de esta segunda unión nació Elí (Heli). El resultado es que Jacob (el padre de José en Mateo) y Elí (el padre de José en Lucas) eran medio hermanos uterinos: compartían la misma madre pero tenían padres diferentes.
Aquí es donde entra en juego la ley del levirato. Según la reconstrucción de Africano, uno de los dos hermanos, Elí, se casó pero murió sin dejar descendencia. Su medio hermano, Jacob, cumpliendo con su deber de levir, tomó a la viuda de Elí como su esposa y de esa unión engendró a José. La consecuencia legal es precisa y resuelve la aparente contradicción:
José es el hijo biológico de Jacob. Por eso Mateo, que según Africano sigue la línea natural (physis), correctamente dice: "Jacob engendró a José".
José es el hijo legal de Elí. Según la ley del levirato, es el heredero legal del hermano fallecido. Por eso Lucas, que seguiría el linaje según la ley (nomos), correctamente lo lista como "hijo de Elí".
Así, Africano concluye que ambas genealogías son correctas, pues una traza el linaje por naturaleza y la otra por ley. Su solución, anclada en una sofisticada comprensión de la costumbre judía, se convirtió en la explicación estándar y más respetada durante siglos en la Iglesia primitiva.
La Lectura de Agustín
Si la solución de Julio Africano fue la obra maestra de la apologética cristiana temprana, anclada en la historia y la ley, el enfoque de Agustín de Hipona (354 – 430 d.C.), escribiendo casi dos siglos después, representa un profundo cambio de paradigma. Es un movimiento desde la defensa forense de la letra del texto hacia una meditación teológica sobre su significado espiritual. Para Agustín, la pregunta ya no era simplemente cómo reconciliar las listas, sino por qué el Espíritu Santo habría inspirado dos versiones diferentes en primer lugar.
En su obra "La concordia de los Evangelistas" (De consensu evangelistarum), Agustín aborda el tema. A nivel literal, conoce y respeta la solución del matrimonio levirato, pero propone una alternativa más simple: la adopción. Para él, era perfectamente plausible que uno de los dos, Jacob o Elí, fuera el padre natural de José y el otro su padre adoptivo. Esto resolvía la discrepancia a nivel fáctico de una manera más general. Sin embargo, este nivel literal era para Agustín solo el punto de partida. Su verdadero interés residía en el significado simbólico y tipológico de la divergencia, que consideraba un misterio divinamente ordenado.
Aquí es donde Agustín despliega su genio exegético. Vio en las dos genealogías un reflejo de los dos oficios de Cristo. La genealogía de Mateo, al pasar por el rey Salomón, representa el linaje real de Jesús, enfatizando su rol como el Rey Mesiánico prometido, un mensaje clave para la audiencia judía de este evangelio. En cambio, la genealogía de Lucas, al pasar por Natán, otro hijo de David, fue interpretada por Agustín y otros en la tradición como una representación de su oficio sacerdotal, ya que Natán estaba más asociado con lo profético y, por extensión, con lo sagrado.
Además, Agustín encontró un profundo simbolismo en la propia dirección de las listas. La genealogía descendente de Mateo (de Abraham a Jesús) simbolizaba para él la condescendencia de Dios, el Logos divino que desciende para asumir nuestra mortalidad. Por el contrario, la genealogía ascendente de Lucas (de Jesús a Adán y a Dios) representaba la obra salvífica de Cristo que nos eleva, nos reconcilia y hace posible nuestra propia adopción como hijos de Dios.
En conclusión, el contraste entre ambos Padres de la Iglesia es revelador. Mientras que Julio Africano se centró en resolver el "cómo" histórico para defender la infalibilidad del texto, Agustín se preguntó por el "porqué" teológico para desentrañar su significado providencial. Para Africano, la divergencia era una contradicción a resolver; para Agustín, era un doble tesoro que revelaba la plenitud de la persona de Cristo como Rey y Sacerdote, como Dios que desciende para encontrarnos y como el hombre que nos eleva hacia Dios.
La Respuesta Polémica en la Tradición Judía Antigua
Habiendo explorado los intentos cristianos internos por interpretar las genealogías, nuestro análisis académico nos obliga a cruzar la frontera y examinar cómo estas narrativas fueron recibidas por el judaísmo rabínico, particularmente en un contexto donde las identidades se estaban forjando en un doloroso proceso de diferenciación y conflicto. Aquí no encontramos intentos de armonización, sino el desarrollo de narrativas polémicas que buscaban reinterpretar la figura de Jesús desde claves teológicas y legales propias del judaísmo post-templo.
Aunque el Talmud Babilónico rara vez confronta directamente los textos cristianos, algunas tradiciones parecen aludir a Jesús de Nazaret a través de referencias codificadas. El pasaje más estudiado por la academia, analizado en profundidad por eruditos como Peter Schäfer, se encuentra en el tratado Sanhedrín 43a:
«בערב הפסח תלו את ישו... והוא היה מכשף ומסית ומדיח» (“En la víspera de la Pascua colgaron a Yeshu... y él era hechicero, incitador y seductor del pueblo.”)
La filología de esta breve nota es reveladora. Se utiliza la forma ישו (Yeshu), una abreviatura no honorífica y probablemente polemizante del nombre Yehoshúa. Más importante aún son las acusaciones. Se le acusa de כְּשָׁפִים (keshafim), "hechicería", una manera de desacreditar sus milagros atribuyéndolos a artes prohibidas. Y, de forma aún más grave, de ser מסית ומדיח (mesit u-mediaḥ), términos técnicos de la ley judía (Halajá) para un "incitador y seductor" que induce al pueblo a la apostasía. La crítica aquí no es meramente literaria; es una crítica halájica y judicial que enmarca a Jesús como un transgresor de la Torá.
Esta tradición polémica evolucionó hacia una forma narrativa completa en el Toledot Yeshu. Este texto, que existe en diversas versiones compiladas entre los siglos V y XIII, no es un documento histórico, sino una parodia narrativa diseñada para desactivar la autoridad de los Evangelios mediante la sátira. En estas historias, Jesús es presentado como un ממזר (mamzer), un hijo ilegítimo, y sus milagros son explicados como actos de magia negra realizados tras robar el nombre secreto de Dios, el שם המפורש (Shem HaMephorash), del interior del Templo. Aunque su valor histórico es nulo, el Toledot Yeshu es un testimonio invaluable del discurso interreligioso en un contexto de conflicto, una respuesta cultural que buscaba construir una contra-narrativa judía frente al creciente poder del cristianismo.
La Erudición Judía Moderna
El abismo que separa las narrativas polémicas medievales de la erudición judía contemporánea es inmenso y representa uno de los cambios de paradigma más significativos en los estudios interreligiosos del siglo XX. Impulsada por el contexto post-Holocausto y un renovado diálogo académico, ha surgido una nueva generación de investigadores judíos que se aproximan a Jesús y a los Evangelios no como textos ajenos a ser refutados, sino como fuentes primarias para comprender una faceta crucial y fascinante del propio judaísmo del Segundo Templo. Su método es el de la filología y la crítica histórico-crítica, no el de la polémica.
Figuras monumentales han liderado este cambio. Geza Vermes, en su obra seminal Jesus the Jew, situó a Jesús firmemente dentro del contexto del carismatismo y la piedad galilea, interpretando los esfuerzos genealógicos no como una falsificación, sino como una estrategia comprensible del cristianismo primitivo para vincular a su figura mesiánica con la tradición davídica. Por su parte, David Flusser, uno de los grandes eruditos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, trató a Jesús con profunda seriedad dentro del marco del pensamiento farisaico de la época, reconociendo la intencionalidad teológica de las narrativas evangélicas.
Más recientemente, académicas como Amy-Jill Levine, desde una perspectiva crítica y feminista judía, abordan los textos cristianos con un respeto metodológico, analizándolos como construcciones teológicas legítimas que deben ser entendidas en su propio contexto del siglo I. Quizás de forma más radical, Daniel Boyarin, en obras como The Jewish Gospels, ha argumentado que muchas de las ideas consideradas exclusivamente "cristianas", como la filiación divina y la figura del Hijo del Hombre, no son importaciones helenísticas, sino que tienen profundas y genuinas raíces dentro del propio judaísmo apocalíptico.
En este marco académico moderno, textos como el Toledot Yeshu son estudiados como lo que son: documentos históricos de la literatura polémica medieval, testimonios de una identidad defensiva judía frente al dominio cristiano, pero de ninguna manera son utilizados como una base legítima para el análisis de los Evangelios. A diferencia del tono deliberadamente satírico y teológicamente reactivo que caracteriza a esos textos, la erudición judía contemporánea ha adoptado una aproximación metodológicamente rigurosa y exenta de polémica hacia las genealogías de Jesús. Investigadores como los mencionados han abordado estos relatos no como construcciones fantasiosas a ser desacreditadas, sino como expresiones narrativas teológicas propias del horizonte judío del siglo I, cuyo objetivo es articular la filiación davídica y la legitimidad mesiánica dentro de categorías judías reconocibles. Esta relectura, informada por la crítica literaria y la historia de las ideas, marca un claro desplazamiento hermenéutico frente a las tradiciones polémicas anteriores, evidenciando una voluntad académica de comprender el cristianismo primitivo como un fenómeno endógeno al judaísmo eretz-israelí del Segundo Templo, más que como una alteridad a refutar.
Conclusiones de un Análisis Crítico: La Riqueza de la Pluralidad Evangélica
Nuestro recorrido comenzó con un enigma: la existencia de dos genealogías de Jesús, distintas y aparentemente irreconciliables. Sin embargo, al aplicar las herramientas del análisis histórico-crítico y literario, hemos desmantelado la falsa premisa de que deben ser leídas como un registro biográfico fallido. En su lugar, hemos descubierto que son dos oberturas teológicas soberanas, dos documentos de identidad mesiánica compuestos con una intencionalidad magistral.
El análisis ha revelado que Mateo, escribiendo para una comunidad profundamente inmersa en las tradiciones de los judaísmos de la tierra de Israel, forja una genealogía para un Mesías Real. Utiliza la gematria davídica, una fórmula activa de "engendrar" y una solución jurídica a la paternidad de José para presentar a Jesús como el cumplimiento del pacto y la culminación de la historia de Israel. Por otro lado, Lucas, con una visión universalista, diseña un linaje para un Salvador Universal. Su estructura ascendente que culmina en "Adán, hijo de Dios", su dependencia de la Septuaginta y su cristología del Nuevo Adán presentan a un Jesús cuya relevancia trasciende las fronteras étnicas para restaurar a toda la humanidad.
La historia de la recepción de estas listas es igualmente reveladora. Hemos visto los ingeniosos intentos de armonización de la patrística temprana, como la solución legalista de Julio Africano, y las profundas lecturas simbólicas de Agustín. También hemos constatado la existencia de una contra-narrativa en la polémica judía antigua, que buscaba redefinir la figura de Jesús desde sus propias claves. Finalmente, hemos llegado al paradigma académico moderno, donde la erudición —tanto cristiana como judía— ha dejado de lado la polémica para analizar estos textos como lo que son: testimonios de la vibrante diversidad teológica del cristianismo primitivo.
En última instancia, la doble genealogía no es una debilidad de los Evangelios, sino una de sus mayores riquezas. Nos ofrece una ventana invaluable a cómo las primeras comunidades cristianas, surgidas del complejo y plural mundo de los judaísmos del Segundo Templo, articularon la identidad de Jesús de maneras distintas pero complementarias. No son un error a resolver, sino un doble testimonio de la fe que proclamaban.
Lecturas Recomendadas
Este análisis ha buscado ser una puerta de entrada académica a un tema de enorme complejidad. Para aquellos de ustedes cuya curiosidad ha sido despertada y que desean sumergirse aún más en la investigación por su cuenta, les recomiendo de corazón algunas obras que son pilares en este campo de estudio. No son lecturas sencillas, y a menudo requieren una inversión de tiempo considerable, pero la recompensa en profundidad y conocimiento es inmensa.
Sobre Crítica Textual y los Manuscritos:
Aland, Kurt y Barbara Aland. The Text of the New Testament. — Un manual fundamental, considerado un clásico, para comprender cómo se establece el texto griego del Nuevo Testamento y los principios científicos de la crítica textual.
Metzger, Bruce M. A Textual Commentary on the Greek New Testament. — La herramienta esencial que acompaña a las ediciones críticas del NT Griego, explicando de forma concisa las razones detrás de las decisiones sobre las variantes textuales más importantes, incluyendo las de las genealogías.
Comentarios Exegéticos sobre los Evangelios:
Brown, Raymond E. The Birth of the Messiah: A Commentary on the Infancy Narratives in Matthew and Luke. — La obra de referencia indispensable. Su análisis de las genealogías como programas teológicos deliberados es monumental y de lectura obligada.
Davies, W.D. y Dale C. Allison Jr. A Critical and Exegetical Commentary on the Gospel According to Saint Matthew. — Parte de una de las series de comentarios más prestigiosas (ICC), ofrece un análisis exhaustivo y sumamente detallado del pasaje de Mateo.
Fitzmyer, Joseph A. The Gospel According to Luke I-IX. — Considerado uno de los comentarios más exhaustivos y rigurosos sobre el tercer evangelio. Su sección sobre la genealogía lucana es un modelo de exégesis detallada.
Sobre el Contexto de los Judaísmos del Segundo Templo y el Jesús Histórico:
Vermes, Geza. Jesus the Jew: A Historian's Reading of the Gospels. — Un libro que cambió el paradigma de los estudios sobre el Jesús histórico, situándolo firmemente dentro del contexto del judaísmo carismático galileo del siglo I.
Boyarin, Daniel. The Jewish Gospels: The Story of the Jewish Christ. — Una obra provocadora que argumenta de forma convincente que muchas ideas cristológicas tienen profundas raíces en el pensamiento judío de la época, y no son importaciones posteriores.
Sobre la Recepción Judía de Jesús:
Schäfer, Peter. Jesus in the Talmud. — Para quienes deseen explorar la compleja recepción de Jesús en las fuentes rabínicas, la obra de Schäfer es el análisis académico más autorizado y crítico sobre el tema.
Espero que estas pistas les sean de utilidad en su propio camino de estudio. Recuerden que la investigación seria es un diálogo constante con las fuentes y con otros investigadores.
Llegamos así al final de nuestro recorrido. Agradezco sinceramente el tiempo y la atención que han dedicado a seguir este análisis detallado. Espero que este estudio no solo haya aclarado las complejidades de las genealogías, sino que también haya servido como un ejemplo del tipo de investigación crítica y respetuosa que buscamos fomentar aquí en 'Ciencia Bíblica'. Sus preguntas y su curiosidad son el verdadero motor de este proyecto. Si este tema ha resonado con ustedes o si tienen alguna reflexión, no duden en compartirla en los comentarios. ¡Sigamos descubriendo juntos la riqueza de estos textos antiguos!
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